Trabajamos en las sombras para servir a la luz
Cuántas horas en la cueva, cuántos sudokus en la contraportada del periódico o en cuadernillos Rubio –hacerlos online no mola tanto–, cuántas veces habrás abierto el diccionario por una página aleatoria para memorizar todas las palabras.
Cuánto «Mamá, ¿y si estoy perdiendo el tiempo?»
Cuánto sin cortarte el pelo ni afeitarte, porque qué más da.


La barba y el pelo de ermitaño son el precio a pagar.
Salir de la grabación con 1.200€ más en el bolsillo, volverte al cuarto y ponerte a estudiar las acepciones de la palabra mano, que son 36 sólo las simples, si te pones con las complejas, te vas a 371.
Aciertas las 25 palabras de un tirón. Sin fallar, sin pensar, sin dejar jugar al otro.
«Yo tengo la pelota. Tú juegas si yo quiero.»
Y ya si yo fallo o necesito pensar antes de aplastarte, tienes una oportunidad. Sólo una.
Gente obsesiva con lo suyo y que, cuando lo consiguen, ponen esta cara incrédula:
Esa cara que sólo ponen los genios.
Porque puedes haber entrenado 6537342 horas en silencio, pero la cara, chico, como dicen los cuerpoescombro del gimnasio a los que les dan miedo las chicas, la cara no se entrena.
Te lo has creído tanto que ya está. Está hecho. Una cosa más. O menos.
Cara de felicidad, de infelicidad. No sé.
Quizá nadie lo sepa.
Lo sabéis tú, las 4 paredes de tu habitación, el flexo y el pupitre.