Quizá hayas visto Stranger Things, quizá no tengas ni puta idea de series y te guste más Friends o quizá seas de Fornite durante 4 horas al día.
Tampoco hace falta haberla visto para entender lo que este compulsivo fumador vengo en contarte.
Estamos en los años 80 en un laboratorio en Hawkins, Indiana, donde entrenan a niños con poderes telequinéticos para combatir al Demogorgon, una criatura alienígena letal controlada por los soviéticos para conquistar el mundo. Lo de siempre, vamos, sólo que ahora el Demogorgon se llama Petróleo.
En ese grupo de impúberes está Once, una chica muy guapa pero con más mala hostia que tu amiga cuando algún garrulo le grita algo desde la ventanilla de un coche.
En la serie, Once tiene 14 años, flequillo y patina sobre ruedas.
En la vida real, tiene 19 y se ha prometido con Jake Bongiovi, el hijo de Jon Bon Jovi. Coño, el de Bon Jovi.
Puede que Stranger Things no la hayas visto, pero Livin’ on a prayer te la sabes.
WOOOOOO OH.
Casarte con 19 años no está ni bien ni mal, que dicen Enrique Ponce y Alfonso Díez, el último marido de la Duquesa de Alba, que el amor no tiene edad.
Puede que después de enfrentarte al Demogorgon –no diré si con éxito o no, porque tienes que ver la serie– ya no tengas nada más que hacer en la vida. Te pillas algo en Amazon y lo quieres ya. Sale el iPhone 83 y lo quieres para ayer. Pides un Glovo y no le das propina si tarda más de 15 minutos. Compras cualquier cryptomoneda de mierda y te tatúas puta bida tete en el antebrazo si al día siguiente no eres millonario. Pasas el vídeo porno hasta la escena que te gusta. Anhelas que después de tres meses en la empresa te asciendan a socio.
Llegan el amor, el dinero, el status o el metro y a nosotros nos da por correr. Pisito en propiedad con hipoteca al 7% TAE porque me han dicho que me compre una casa. Coche de 20.000€ un mes después de hacerte fijo en Mercadona. La boda de princesa con 500 invitados porque has visto la de la Pombo en Instagram y, claro, tú no vas a ser menos. Hacerle un bebé a tu mujer ya en la noche de bodas.
Tengo claro que antes de casarme tengo que hacer muchas cosas con mi chica antes de la despedida de soltero. Tirarme por un puente con una cuerda; salir, emborracharnos, bailar y que la gente piense “mira estos, ya no se ven parejas así”; perdernos en un continente lejano, que nos arresten en otro y hacer amigos en el calabozo; comprarnos una casa de mierda, reformarla nosotros y subirlo a los trends de TikTok; conocer gente nueva que diga que es una pena que tengamos pareja, pero pena la tuya, a mí qué me cuentas; levantar un imperio que rebase fronteras, paraísos fiscales y que nuestros hijos y nietos puedan destrozar, pero que, antes de que vuele todo por los aires, desde arriba miremos abajo y digamos: “qué alto está esto y qué vértigo da”.
La vida es una carrera de fondo. Si te pasas esprintando, te ahogas. No llegarás muy lejos. Saturarte por debajo de los 30 no está la checklist del How To Live Succesfully que me acabo de inventar. Y casarte no es uno de los errores que más merece la pena cometer a los 19. Nadie tiene en la To Do List ser el Golden Boy de los divorciados.
Ni tener 35 y seguir saliendo viernes, sábado y domingo ni 20 y gemelos en camino. Cada cosa a su tiempo, cada rodilla hincada en la puesta de sol oportuna.
Aunque, bueno, quizá cuando sales Netflix y tienes poderes mentales un matrimonio te viene como anillo al dedo.