Salgo de currar a las 20:00 después de un catering, vuelvo a casa a cenar algo rápido, me veo el partido del mundial y otra vez a currar a un garito de copas del centro.
Ocho de la mañana, chapa el club y me vuelvo a casa a planchar la oreja. Estoy terminando de beberme el vasito fresquito de Nesquik cuando veo que en mi mesilla falta algo. Llaves, cartera y móvil. El puto sobre.
Me pagan cada noche en negro. En un sobre. Es el sobre. Pues nada, he perdido el sobre.
Me visto como cuando te toca el cohete en el Mario Kart y desando mi camino hacia la discoteca. Recuerdo que me había metido el sobre del bolsillo enfrente del kiosco de la plaza. Y allí estaba, esperando a papá. Mi dinero de vuelta al bolsillo y yo de vuelta a la cama.
Esta historia es real y apenas tiene unas horas de vida cuando escribo estas líneas. Le ha pasado a un amigo. Ya, claro, a un amigo. Que sí. Dios me libre del mundo de la noche. Ojalá fuera siempre de día y no necesitáramos dormir.
Los 100 pavos que se hubieran perdido por currar 8 horas de madrugada y que un tipo con suerte y madrugador hubiera encontrado no importan. Ver de nuevo el sobre en tu bolsillo es recuperar la dignidad, que se te había quedado arrastrándose en la calle y movida por el viento. Sin rumbo.
Arrastrándome y sin rumbo me sentiría en una Big4. Porque este artículo, querido lector, va de trabajar. Pero de trabajar y ser feliz, no de trabajar y ya. Porque si no trabajas un sábado noche, no ganas esos 100€, pero si trabajas, los ganas y los pierdes…eso es otra cosa. Y tu orgullo es lo que te hace mover el culo mientras estás a punto de potar el desayuno, si es que se le puede llamar desayuno.
Hace no mucho me ofrecieron trabajar en Londres, Madrid o wherever. Una ciudad grande. Medina del Campo no era.
–Pásame tu curriculum y hablo con mi colega de Goldman Sachs para que te meta en banca de inversión.
–Me cago en tu puta madre. Sí, claro. Ahora te lo mando.
–Y hazte LinkedIn que es muy útil si quieres acceder a todos mis contactos.
–Lárgate de mi despacho. No me queda espacio en el móvil.
Camarero, camarero-supervisor (la misma mierda que camarero pero con la llave para cerrar el restaurante y llevándote todas las broncas), vendedor a puerta fría (en Irlanda es muy fría) y carnicero-friegaplatos-cocinero.
Cortar pollo nunca fue tan satisfactorio. Más si cabe cuando me dicen que por qué no busco algo de lo mío. ¿Qué es de lo mío? Que te ensucies las putas manos y curres de lo que sea, que hay que pagar la fiesta de irte a 2.000 km un año y pico porque no sabes ni por dónde te da el aire ni qué hacer con tu vida. Todavía me acuerdo de la cara de mi madre cuando le dije que me había comprado el billete de ida.
Trabajar de 9:00 a 18:00. Tragarte los atascos del centro o el metro petado. Correr al metro cuando pasa otro en 2 minutos. ¿Se puede ser más fracasado? Desayunar un café frío y una madalena en un semáforo. Aguantar al jefe del departamento que no llega más arriba porque no es más gilipollas. Ir en traje cuando no sabes ni hacerte bien el nudo de la corbata. El traje se lleva por estilo y personalidad, no por obligación. Mis abuelos ferretero y albañil trabajan casi en calzoncillos, pero incluso para tomar café se ponían pañuelo. Zapatos apretados cuando a ti lo que te gusta es quedar con tu novia en verano porque ella va guapísima con su vestido y tú con chanclas y pantaloneta. No sé ni por qué tienes novia. Volver a casa cuando ya están tus hijos durmiendo. Ni desayunas con ellos, ni los llevas ni los recoges. Y tu mujer hasta los huevos porque ella sola no puede. Y tú hasta los huevos porque quieres llegar a casa y desconectar, ni siquiera te apetece hablar. Follar, mucho menos. Al final tu mujer se folla a otro y tu familia se va a la mierda.
Qué a gustito estoy yo con mi pollito. Porque sé que es temporal. No estaré ni dos meses, exactamente. Cuando sales de Deloitte haces PowerPoints de puta madre, pero la cena de Navidad me la hago yo. Despiezando un pollo.
Doble grado en finanzas y Ade y máster en no sé qué para acabar en Garrigues cobrando 900€ al mes. Y hay gente que se queja de que el Gobierno, la vida, el sistema, sus padres, Bergoglio o Elon Musk no le dan oportunidades. Las oportunidades están ahí y sales tú a buscarlas. Y si no las hay, te las inventas y las creas. Que nadie te debe nada, llorón. Eres igual que 20.000 como tú que se acaban de graduar este año.
A ver, que igual te mola trabajar así, que es lo que quieren tus padres, que quieren hacerte pensar que es a lo que debes aspirar. Y no hay peores consejeros que ellos en el tema laboral y económico. Quieren tu seguridad, y apesta a latigazos.
Qué más da. Todos los trabajos son igual de indignos. En todos hay un jefe molesto. O lo que es peor, el empleado que se dejó el instituto en segundo de la ESO que se cree el jefe cuando entra alguien nuevo. no has tenido autoridad en tu vida y ahora aprovechas. Como cuando vas a la ventanilla del ayuntamiento y no te dejan hacer cualquier tontería porque es la primera vez en la vida del funcionario en que tiene poder para decirle a alguien que no. Por complejo de inferioridad y sentirse importante alguna vez en su vida.
Romantizar la esclavitud está mal. El Corporate Slave con café de Starbucks y Glovo encima del teclado es lo que se lleva. Es lo que te dicen que está bien. Como una informática que me dijo que tenía 5 trabajos, que no dormía pero que cobraba 5K al mes. Pues ya me jodería.
Yo tengo un plan. Otro plan. Y sólo soy eso: un chimpancé organizado.
PD1: El artículo o, mejor dicho, vómito me ha quedado totalmente diferente a cómo me lo imaginaba.
Pasas que cosan.
PD2: Pobrecita.
Maravilloso.
Verdaderamente inspirador, Benito.