Mi ventaja injusta
Una ventaja injusta es un punto fuerte, una cualidad innata o una habilidad que tienes que los demás no, o que es muy difícil que te copien, porque no se puede entrenar.
Todo el mundo tiene una, y yo he encontrado la mía.
De pequeño solía jugar bastante. Era lo que más hacía. Dar patadas a un balón en el salón de mi casa rompiéndole a mi madre los jarrones, jugar al parchís, al Quién es quién a la Gameboy Color con el Super Mario Bros 3, mi primera consola y que todavía conservo en la estantería que hay a mi espalda, al Veo Veo durante mis viajes a Torrevieja y al Un, Dos, Tres. Un niño que se pasa el día jugando es un niño feliz y se desarrolla mucho más que los que no lo hacen. Una ventaja injusta.
En el colegio no hacía otra cosa que reírme de la gente, hacerme el gracioso y vacilar a las niñas de clase. Siempre supe dónde estaba el límite, porque nunca me llevé una hostia por pasarme de payaso, o puede que no me apeteciera probar. Sí que hice alguna visita a jefatura de estudios, pero nada que no se solucionara con un «no volverá a pasar».
En el instituto se acentuó todavía más. Aquí vacilaba a los profesores y las niñas de la clase me daban miedo. Me pasaba una mitad de la clase mirando la pizarra y la otra mitad en el pasillo, expulsado. Estudiaba lo justo para sacar un 7 o un 8 y me bajaban la nota a un 6 por mal comportamiento. El resto del tiempo lo dedicaba a jugar. Gestión de clubes de fútbol, jugar al Fifa en casa de un amigo o en la mía si mis padres no me habían requisado la consola. Claro, yo no podía sacar notable portándome mal y haciendo el cafre en clase, así que un punto menos en todo. Era una ventaja injusta, había que compensar.
En la universidad no hice ni el huevo, pero no suspendí más que dos asignaturas de primero, que repetí. Era el primer año, todavía no sabía cómo se jugaba. Luego lo aprobé todo a la primera y, en cuarto, saqué las mejores notas de mi vida, porque también fue el año que mejor me lo pasé, más salí de fiesta y más hacía el cafre.
En el podcast de Joan Tubau, Martin Varsavsky explicaba la teoría de la aproximación, que te la voy a explicar yo venida al caso:
En los exámenes había, pongamos, 50 preguntas. De esas 50 preguntas, yo me sabía unas 30. Tardaba 25 minutos en marcarlas y me sobraba hora y media.
Las otras 20 las contestaba a boleo.
Seguramente hay un notas que no se sabe 3 preguntas y que se queda la hora y media pensando la respuesta para rascar un punto adicional. Probablemente, eras tú.
Para ti el 8,5 y para mí el 7 y mi hora y media de jolgorio en la facultad mientras me bebo mi café de 50 céntimos.
Cumplidas las obligaciones y los trámites, quedaba tiempo libre para «jugar». Una ventaja injusta.
Y cumplido el proceso establecido de estudiar, sacarse una carrera y un máster, y continuar en el proceso natural de que mi vida gire en torno a eso, me pongo a jugar. Una ventaja injusta.
No puedes competir contra el que está jugando. Ni contra el que se divierte jugando, porque no hay otra forma de jugar.
En este juego, a alguien le gustó cómo juego y decidió hacerme una entrevista.
No recuerdo mucho de qué hablamos.
De boomers, de millennials, del mercado laboral, de oportunidades, de escribir, de montarse un bar siendo «abogado», de ganar dinero y de divertirnos.
También decimos muchas palabrotas.
PD: Por el título parece que me he afiliado a Podemos y he montado algo ahí. No te confundas, eso no es divertido.