Mentalidad de pony
Salgo a correr, pero antes me hago un té, que el termómetro de mercurio marca 4 grados.
Enchufo el reloj que me dice lo en baja forma que estoy, abro la puerta y me encuentro enfrente de la casa a un tío paseando un pony con una cuerda.
Menos mal que lo conozco.
Al tío, al pony no lo había visto antes.
Y me dice que si quiero darme una vuelta. Subido en el pony, supongo.
«Estoy yo como para que me lleve nadie».
Estas pasas cosan en los pueblos. En la city como mucho te encuentras a un ejecutivo subiéndose al coche maldiciendo su vida, con su bolsa de napolitanas que se terminará durante el atasco de una hora en la M-30.
En el pueblo no hay nada que hacer, pero literalmente. Ni obligaciones, ni reloj, ni pupitre, que se está mejor en el brasero.
Salvo que seas gilipollas como yo, en ese caso ir al baño a mear es perder el tiempo.
Hay gente por aquí que tiene tantas cosas que hacer que va de bar en bar, a hablar con uno, a reírse con el otro, a ver quién tiene la cerveza más fría y los baños más sucios.
Y la oreja de cerdo más tierna. De eso me llevaré dos tapers.
Si has acabado de cenar y no echan nada tóxico en la tele, te sales a la calle a darte un paseo, te despejas, y te vuelves a encontrar al pony.
Si tienes un hijo, lo subes encima y que arree, y si se cae le explicas que así es la vida, chico, metiendo orgulloso por fin la frase de mi padre: «No me monto en una burra que no me tire». Aplicable a todo, claro.
Lo acaricias, pero con ojo, que este pega una arrancada y saca las tripas, o un bocado y eres el nuevo Capitán Garfio.
Tic, tac.
Hay ponys amarrados a una barandilla más libres que mucha gente.
Al final, los pony han nacido para eso. En libertad no sobrevivirían. Comen hierba y no corren. Desayuno de jabalí la primera noche.
Otros, han elegido ese camino. Van sin cuerda, pero, ¿adónde van?
Qué le vamos a hacer.
PD: Tus creencias influyen en lo que eres y en lo que haces. Si piensas en pony, te quedas en pony.