De la Yihad a la oficina
Omar, Kuzaifa y Kamran, tres provincianos afganos, no son felices en Kabul. Uno era francotirador, otro comandante y otro guerrero en la Yihad.
Son del campo y llevan en la capital poco tiempo, desde que los americanos se largaron después de 20 años ocupándola y pasaron a mandar los talibanes. Un par de generaciones afganas no conocían otra cosa que la ocupación estadounidense y de ahí que se alistaran en la Yihad desde bien pequeñitos. Algunos a los 19, otros antes de ver crecer el primer pelo púbico, que siempre hace especial ilusión.
Nunca vivieron tan libres como en la Yihad. Pasar el día cabalgando, cazar un jabalí con el que hacerle el avioncito al pequeño Mohammed, emboscar soldados yankees y picarte con los colegas a ver quién es el que mata a más de los blancos. El paintball pero sin paint y sin una segunda oportunidad.
Ahora tienen que ir que 9 a 5 a la oficina, trabajo prometido por el emir como galardón por su servicio al Emirato. Si no vas un día, te lo descuentan del salario. ¿Un salario? ¿Estar 8 horas en la oficina a cambio de dinero? No conocen los grilletes, pero eso debe de ser lo más parecido a llevar unos cuya llave alguien ha tirado a la alcantarilla.
Conectados todo el día al WiFi, sin ver a sus amigos los viernes por la tarde porque ninguno tiene ganas, lejos de sus familias y donde la única actividad para no morir de hambre es marcar el número del Pizzhalal.
En Kabul nadie tiene tiempo de pararse a darte una indicación y se lo delegan a Google Maps. La gente sólo sonríe en restaurantes y bazares.
Hay mucho dinero en el Gobierno pero lo utilizan para hacerlo crecer, no para mejorar la ciudad.
Todo esto me quiere sonar…
Me quiere sonar a Madrid, Dublín o Londres. Ni eso. Me quiere sonar más cerca. Muy cerca. Allí no hay talibanes, simplemente, es la vida estándar.
Los veo por todas partes. A mi alrededor. Desayunando tres veces al día. Bocata, Coca Cola Zero-Zero, no vaya a ser, y capuchino.
Los hay de 25 años, porque no les han contado otro camino, o anhelan la seguridad que apesta a esclavitud, y los hay de 55, cuando ya es demasiado tarde para asumir la hostia de realidad 30 años después.
La vida es así desde hace 100 años, 1500 si te pones exquisito.
Hasta la Revolución Industrial, los humanos hemos estado los últimos diez o veinte mil años cazando, luchando, matando, cabalgando y copulando.
La vida de oficina tiene apenas 50 años.
El aumento de suicidios y de destrucción de la salud mental sólo es la consecuencia lógica inevitable.
Por eso la vida en el campo y la vida pirata es la vida mejor, con tus gallinas, tus puercos, vacas, huerto, amaneciendo con el alba y acostándote con el ocaso. Nadie me va a bajar de esa burra.
Cuando un sistema, un modo de vida o una ideología van en contra del ADN, de la naturaleza, de la biología y del ser humano, fracasará, tarde o temprano.
Los humanos somos monos, aunque actuemos como ovejas.
Los caminos disponibles están ahí para todos. Tú decides cuál seguir.
Está mal ser yihadista, pero es mucho peor ser un yihadista adiestrado.
PD1: La historia es real y el artículo original es este.
PD2: Hay un libro que explica por qué los veteranos estadounidenses se suicidaban después de ya terminada la guerra de Vietnam. En sus casas y con sus familias. Es este.