Un día de verano de 2013 fui a pasar el día a Terra Mítica.
Con 16 años yo no tenía más vicios que el Progressive House y los coches de choque.
No sé con quién pasé aquel día, sólo sé que me llevó mi padre en coche y luego me volví en tren.
Entré en el vagón y me senté al lado de tres chicas (al otro lado del pasillo) que también habían ido al parque, pero ni les di importancia.
Las chicas me daban miedo. (Y me dan)
Ya sentado en el vagón, me dediqué a mirar por la ventana como Harry Potter miraba a los dementores y, en una de esas miradas al cristal viendo sólo bosque y montaña, me fijé en el reflejo.
Y en ese reflejo veía, justamente, a esas tres chicas.
Me quedé un momento rayado cuando me di cuenta de que una de ellas me estaba mirando fijamente, también a través del reflejo.
Nos miramos a los ojos a través del reflejo ventana, algo que todavía no he visto en ninguna peli de Hollywood ni en la revista Bravo.
Llevaría aquella señorita un rato mirándome, porque se descojonó, se puso roja y se giró bruscamente.
Pillada.
No cruzamos palabra, aunque todavía quedaba un rato para llegar a casa.
La tía se hizo la remolona, la longui, como hacen siempre las chicas. «Que no se crea el flipado este que me interesa, tsss.» Y se puso a hablar con sus amigas como si no le hubiera hecho la mayor pescada de toda la historia de los flirteos locomotoriles.
En la última curva, antes de llegar a mi destino, me levanté, crucé el pasillo y le pedí el teléfono, que en aquella época no recuerdo muy bien para qué servía.
Se puso roja otra vez (sus amigas creo que se desmayaron) y me lo escribió en el móvil.
–Encantado –le dije, y me piré del tren y a mi casa más contento que cuando mi abuela me daba dinero para comprarme un Kojac y un paquete de tazos de Pressing Catch.
Era muy guapa, aunque no hace falta aclararlo, que a mí las feas no me gustan.
No le pregunté ni el nombre.
Estuvimos un día hablando por Snapchat, me dijo que se llamaba Andrea, era de Gandía (a una hora y pico de mi casa) y pensé que puf, que qué pereza, que entre semana estudio y los findes tengo furbo.
En mi móvil la guardé como La chica del tren, y no volví a saber de ella.
Esa fue mi primera experiencia con una chica en un tren.
La segunda es aún mejor.
En mayo de 2023 fui a un evento TOP de negocios en Madrid.
Salí tri-pronto de Alicante, como a las 7 de la mañana.
Pensaba que iba a ir solo por las horas que eran, pero al rato se me sentó al lado una mujer a la que ni miré.
–Buenas.
–Buenas.
Acto seguido me sobé y así estuve durante las dos horas que duró el trayecto.
Pasó el evento, que duró todo el día, y casi al final, mientras un grupo de emprendedores en el que yo era el más tonto y los demás unos fenómenos, apareció aquella mujer, a la que todos ellos conocían, en especial el más rico de todos.
Lo mejor de todo es que yo también la conocía por una formación que había hecho, en la que ella contaba cómo conseguir 13.000 suscriptores en 8 meses.
(Yo llevo un año y tengo 600)
Ella también me reconoció como el chico del tren y yo me quise cagar en mis muertos.
O sea, habrá mil asientos en un tren, y un tirabuzón del destino hizo que esta señorita se sentara a mi lado.
La tuve al lado 2 horas y media para preguntarle lo que yo quisiera, sin más escapatoria que huir a la cafetería, adonde también la habría seguido para atiborrarla a preguntas hasta que llegáramos a Madrid o saltara por la ventana, lo que sucediera antes.
Para que me contara con pelos y señales la técnica para captar tropecientosmil suscriptores tan rápido.
Pero yo fui y me sobé.
Menos mal que no le pedí el teléfono, porque tiene 3 hijos y yo, lejos de querer destruir familias, estoy intentando construir la mía sin molestar a nadie.
Esta mujer curró tropecientos años en el CSIC, que es algo así como el Área 51 de España, para que nos entendamos.
Pensó que estaba desaprovechada en un empleo público, pilló una excedencia y se metió de lleno en el mundillo de internet y, claro, lo reventó.
Por eso sé que cualquiera puede entrar en este mundo, montarse un proyecto y ganar (mucho más) dinero que en un trabajo corriente, y no hace falta haber currado en el CSIC ni ser una eminencia.
Esta señorita sí lo es y le echa un cable a todos aquellos que empiezan en Internet. Con la web, con el newsletter y… con los suscriptores.
¿Se te da bien talar árboles? ¿Eres un fuera de serie de la recogida del caracol hermafrodita en primavera? ¿Dominas con maestría el arte de cepillar alfombras?
Quizá puedes ganar dinero enseñando a otros cómo hacerlo.
Para más info:
María Jesús – La chica del tren
Al entrar, pillas el vídeo donde cuenta cómo captar 13.000 suscriptores in one year.
PD: Si esto lo leen algún día mis hijos, que sepan que su padre es capaz de pedirle el teléfono en un tren a una chica muy guapa desconocida y pirarse tan pancho, y de sobarse al lado de una eminencia nacional sin darse cuenta. Jugón en unos casos, ornitorrinco en otros.
PD2: En el primer caso, nunca me arrepentí de pedirle el teléfono a aquella señorita. No podría decirte lo mismo de no haberlo hecho. De dormirme en el tren al lado de María Jesús me arrepiento hasta hoy. Haz clic en el enlace de arriba para quedarte con la conciencia tranquila.
Gran artículo, saludos
Yo le pedí una vez el teléfono a una chica en el autobús de Córdoba a Sevilla y dio pie a una relación de 5 años. No subestimes el poder romántico de los medios de transporte