Por la autopista a 180 para llegar al hospital. Hago en 15 minutos un trayecto de 35. Allí me espera gente que quiero.
Vas a una revisión puntual y te dicen que toca quirófano. Urgente. La operación es complicada, pero el bisturí es lo que permitirá contarlo.
La operación son 2 horas. Después de 3 sin noticias, llamamos al timbre y nadie contesta. Después de 4, salen los cirujanos. Ni me levanto de la silla.
–¿Familiares de…?
–Sí, aquí.
El cirujano dice que todo está bien, pero que hay un mal menor. La cirujana dice que le han salvado la vida. Si hubiera venido a la revisión mañana, no habría tenido solución. Ni reacciono. Dos días después todavía tengo hinchados los ojos.
Hemos ganado, pero por cuestión de horas no hemos perdido.
¿Por qué?
El mismo día por la mañana, me acerco a ver a un amigo que me está ayudando con un asuntillo irrisorio comparado con lo del hospital.
Hablo con un compañero hispanoamericano suyo, que conozco de hace 10 segundos y me pregunta por el asuntillo. Le digo que va viento en popa y que espero que esté listo antes de verano.
–Confiando en Dios, seguro que sí –me contesta.
Todo porque alguien, puede que apellidado Sánchez, fue allí hace 500 años y se lo enseñó. Pero ese es otro tema.
Salgo del hospital, que me voy a casa. A trozos y como puedo, a ver si llego.
Cruzo cinco pasillos del hospital hasta la salida. Todos iguales. No sé por dónde se sale.
Giro la cabeza y veo un cartel al lado de una puerta entornada, que apenas deja ver nada dentro:
Entro, me santiguo y me arrodillo, que es de bien nacido ser agradecido.
Subo al coche, arranco y no paso de 100 en la autopista, que tampoco hay que abusar de protección divina.
Llego a casa, le cuento a mi madre, le doy un abrazo que casi la rompo y me voy a la cama sonriendo.
Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?
PD: Por si te lo preguntas, la cosa ha salido estupendamente. Y el asuntillo también saldrá. Confiando en Dios, claro.