Rollo #1 – De pequeño tenía un tambor
De pequeño tenía un tambor. Era de colorines, confundible con la gama cromática de una Pokédex. Comprado en uno de esos carritos de algodón de azúcar, globos, piruletas, palomitas, escopetas, petardos y juguetes. Y tambores. Uno de esos vehículos de carretilla regentados por un gitano que quería ser su propio jefe. Para mí lo era. El jefe. El cabrón tenía todo con lo que soñaba, aunque su establecimiento fueran 4 barras de metal sobre dos ruedas pinchadas. Los food truck llegaron, pero estos negocios sobreviven a las crisis y la innovación como las cucarachas al fin de los dinosaurios, a la glaciación, a epidemias y a guerras civiles y mundiales.
Me gustaba la música y dar golpes, más bien molestar a mi padre sin dejarlo dormir la siesta. «Ya no hay tambor, ponte a jugar a la play». A llorar. Aunque me pasara horas fichando jugadores sin jugar un sólo partido, como cuando entras en Netflix y buscas una peli en el tiempo que te podrías haber visto El Señor de los Anillos. La saga entera.
Me sigue gustando la música. Escribo esto escuchando la banda sonora de Harry Potter en aleatorio. Mola, porque estoy en un partido de Quidditch y de repente ha llegado a Tom Riddle a mi casa a discutir con mis padres, y eso lo notas tú cuando lees.
Odio los golpes, supongo que se debe a que en uno de esos en los que me pasé de potencia rompí el tambor, entonces me lo puse de sombrero. Me tendrían que haber comprado uno de verdad, sirve para proteger tu edificio de okupas. Tengo pruebas.
Me gustaba escribir. Tenía un diario. Era de Harry Potter también, con tinta invisible sólo legible con una linterna. Flipa, ¿eh? Diario a prueba de cotilleos de madre. Algún día lo haré público. La privacidad ya me da igual, por eso escribo para el que quiera leerme. El que no quiera, me parece que Google Chrome aún no tiene sicarios albano-kosovares que te torturen haciéndote leer mis textos. No sé ni dónde están Albania ni Kosovo. Si lo sabes, no eres de fiar.
Vertedero de ilusiones. Pretendo que sea algo así este newsletter, blog o tablón de anuncios que no le importan a nadie. Apuesto por mí. Soy un tío interesante. Lo demás me da igual. El logotipo del papel higiénico lo define a la perfección. Limpieza intelectual. Sacar la mierda, dejar lo valioso. Y que quede grabado en el papel. Newsletter para decorar el váter. Jajajajajajajaja. Colgarlo en la pared ya no, que mi madre no quiere enredos. Ahora que lo pienso, suena asqueroso. Pero Instagram es todavía peor. Desde que lo he cerrado, me dicen que he desaparecido. Lo abro los domingos, para ver si tengo algún mensaje importante. Alguien que se acuerde de mí. A esa gente la correspondo como se merece. No he desaparecido, sólo que no te cuento mi puta vida. Ni te importa, ni a mí me importa la tuya. Ni cuántas botellas de ginebra con bengalas te has bebido, ni cuánto te han cobrado por ellas + la cachimba. Los domingos por la mañana, después de ver a gente que desperdicia su vida, me siento bien. Es educativo. Me enseña que voy por el buen camino. Si estás callado, estás ocupado, tramas algo. Sigo callado, esto es sólo para recordarle a mis amigos que estoy bien. O no. Cuando no lo esté, se notará. Siempre se nota.
No sé de qué palo va a ir esto. Quizá de todo. Quizá de nada. Quizá ni yo me entienda. Quizá me viralice. Quizá viva de ello. Quizá me canse a los dos días. Tendré algo que contar. Aunque sea por las risas.
Me voy. Que he abierto la Cámara de los Secretos, y hay que cerrarla antes de que se escape un basilisco.