Con los dedos de una mano
Intentando rescatar una foto antigua me ha dado por entrar en los archivados de Instagram.
Cagadón.
Tengo pocos amigos, pero cara de tener muchos.
Creía que tenía muchos, que cualquiera con el que había intercambiado cuatro risas merecía aprecio o jugarme el dedo gordo del pie.
Chavales, y chavalas, con los que has ido a la guardería, al colegio y al instituto. A todas las clases, toooooodos los putos años.
Ibas a ver las listas a ver con quién te tocaba en clase y la cosa era:
–No sé en qué grupo estoy, pero el cabrón de Fulanito seguro que está.
Y Fulanito estaba.
Chavales que han estado en mi casa día sí y día también, que se han sentado en la misma mesa que Messi, Cristiano y Benzema (mi madre, mi padre y mi abuela) y que, años más tarde, sin motivo aparente, no sólo han dejado de saludarme, sino que me han puesto a parir por Twitter.
Cada uno con sus capacidades.
Me van sobrando extremidades, ahora ya casi sólo me queda una mano para contarlos.
Y van a menos. Los dedos y amigos. O a más, las amputaciones.
A veces escribo sobre las conversaciones que tengo con los de verdad. Hablamos, divagamos, más bien, absorbo información y ya, si eso, mi cerebro puede que lo procese en algún momento.
Si cree que es pura bazofia lo que acaba de recibir, no le vuelve a hacer caso; si cree que tiene jugo, empieza a recordármelo y a llamar a las 4 neuronas que me quedan, que también van a menos, y les dice:
–Oye, en filas de a 2 y a espabilar, que aquí hay contenido para filosofar.
Al rato, se me ilumina alguna de las 4, que la luz está cara para llegar a todas, vengo aquí y lo vomito.
Cada vez que hablo con alguien, esas 4 están alerta, aunque medio dormidas, como tu madre en la cama cuando a las 6 de la mañana todavía no habías vuelto de fiesta.
Atentas. A ver si aprendo algo.
Cada persona con la que hablo, cada cartel que veo, cada texto que leo, es susceptible de dedicarle unas fumadas líneas como estas.
Si alguna vez hablamos y publico, anónimamente, tus palabras en mis pajas mentales, a pesar de que, seguramente, ya te lo haya dicho a la cara, ni te rayes ni te ofendas, que no es para eso.
Para mí no hay nada más gratificante en el mundo que me digan que los he dejado pensando, o haciendo el intento. O que soy subnormal, que suele pasar más.
Las ideas son sólo eso, ideas. Se aplastan, se aplauden o se ignoran.
Ninguna idea se respeta, porque las ideas no tienen dignidad.
Se respeta a las personas, si es que lo merecen.
Los amigos no son sólo eso, amigos. Los quieres, de vez en cuando les das una colleja cuando hablan por decimoquinta vez con la tóxica o que la culpa la tiene la fachada de un edificio, te dan una calada de su cigarro (no fumes, joder) y os fundís en un abrazo al despediros mientras os decís:
–Te quiero, imbécil.
–Yo más, gilipollas.