🧞♂️Cartas de amor de tu vecino del 5º
En Primaria siempre éramos los mismos cafres en clase. Año tras años apenas variaba en una o dos personas la plantilla para esa temporada.
Siempre había algún fichaje de última hora, como un boliviano que nos servía de defensa para las pachangas y al que hacíamos bullying dos semanas hasta que se chivaba y nos mandaban al despacho del jefe de estudios a hacer copias:
No volveré a escupirle en el bocadillo a un compañero de clase.
No volveré a escupirle en el bocadillo a un compañero de clase.
No volveré a escupirle en el bocadillo a un compañero de clase.
No volveré a escupirle en el bocadillo a un compañero de clase.
No volveré a escupirle en el bocadillo a un compañero de clase.
La letra con sangre entraba, pero sólo para esa acción concreta.
Al siguiente interino le poníamos chinchetas en la silla o le tirábamos piedras a la cabeza o le rompíamos la libreta de los deberes o le tirábamos a trayón cuando se ponía de portero en el patio.
Pero nunca más le escupíamos en el bocadillo, y por eso siempre volvíamos al despacho del director, porque para lo otro ya había cosa juzgada.
En 5º de Primaria, la cosa empeoró.
Nos salieron pelillos en los huevos, nos subió la testosterona y nos empezábamos a empanar mirando las Playboy cuando íbamos a comprar tazos a la papelería.
Era el preludio de la barra libre de hot madurita and grandson que se venía. Por suerte no había pajaporte. Era la Españita feliz.
Justo ese año, una chica nueva entró en clase y los unga unga perdimos el interés por hacer unos chutes con los tetes y empezamos a querer tocar unas mullidas tetas.
A la profesora no se le ocurrió nada mejor para promocionar el simpeo que obligarnos a mandar una carta secreta semanalmente a alguien de la clase.
Por supuesto, la chica recibía tropecientas cartas. Había alguna otra dama que no recibía ninguna. Durante varias semanas.
Por supuesto, yo le escribía las cartas a ella todas las semanas.
(Cucha, aquí tonto el último).
Esas cartas había que firmarlas con un pseudónimo. Alguno se puso Fernando Torres, otras nadie pasa de esta esquina, aquí manda la divina, el afiliado a Nuevas Degeneraciones se puso M. Rajoy y yo me puse Tu vecino del 5º.
Por lo que sea, 15 años después, tomando unas copichuelas por ahí salió la conversación con esa chica sobre esas cartas y, por lo que sea, me contó que en una mudanza rescató 5 o 6 cartas de un tal Tu vecino del 5º.
Y seguía sin saber que fui yo. (Hasta ahora, creo).
No sé ni qué le escribí, ni me lo quiso decir, pero algo hizo que se guardara esas cartas y no otras.
A lo mejor eran su revista Bravo particular, o a lo mejor las enterró en el infamundo de su cajonera y, por lo que fuera, aparecieron de casualidad.
Escribir es algo muy chungo. O lo tienes o no lo tienes.
¿Y qué es eso que hay que tener?
No tengo ni puta idea. Sólo sé que hay que escribir mucho para que salga, sin ninguna garantía de vaya a salir. Quizá nunca toques teta o quizá ordeñes hasta a un ornitorrinco hermafrodita.
Y como es mucho más difícil todavía escribir sin un propósito, sin una intención (o eso dicen), este artículo tiene una intención muy buena, y muy útil.
Si te interesa aprender a escribir (o descubrir que tienes eso que hay que tener) y dominar mejor la pluma que Boris Izaguirre, conozco a un señor asturiano, tocayo de apellido, que ha montado algo.
(Es el único que se apellida Sánchez y que no me toca nada que me cae bien).
Te dejo un enlace por aquí, y que ya te explique él, que yo me voy a tocar teta.
Na, es coña, se llama freidora y me ordeña ella a mí.
La letra, al final, con sangre, entra que da gusto.
PD: No me llevo ni una perra por recomendar esto. Con lo que me gano la vida es con las croquetas, ya lo sabes, panzas.