Clase de música de 6º de primaria. Año 2009.
Se acercan las fiestas de Moros y Cristianos y ya íbamos preparando nuestros disfraces con bolsas de basura de 100 litros, lunas y cruces adhesivas para desfilar en el patio del colegio.
Lo peor era pintarse una barba con un plastidecor, porque todo el mundo sabe que las barbas son de feos.
Vuelvo a la clase de música.
Al ser los de 6º, teníamos todo el protagonismo. Era el último año para brillar delante de todo el colegio, de nuestros padres y de una Canon con carrete para 200 fotos.
La profe de música buscaba a un percusionista, que es el que toca el tambor y el bombo.
–¿Quién quiere tocar delante de todo el colegio?
Todo el mundo quería. Hasta el bobo que había repetido 4º, 5º y 6º y que seguía en el colegio porque si no sería camello con 11 años.
Iban saliendo candidatos.
Pumbapumbapumabpumbapumba.
Yo prestaba atención al espectáculo bochornoso. ¿Cómo se puede tener tanta arritmia en los brazos?
Era literalmente tocar una vez el bombo y otra vez el tambor.
Algo así:
Pum chim pum chim pum chim.
Eso era todo lo que había que hacer. Los demás a tocar la flauta, que eso era lo difícil.
¿Y si salgo yo?
Venga, salgo.
No no, calla, todo el colegio mirándome. Me cago encima. De hecho ya me estoy cagando encima y quedan aún 2 semanas.
Pasaré a la historia como el que se defeca en los pantalones en mitad del patio del colegio. Luego me suicidaría. No lo soportaría.
Descarto salir a tocar el tambor delante de la clase y, de repente, se oye:
–Benito, sal tú a tocar a ver, que estos son todos unos inútiles. Creo que lo harás bien.
Notaba ya cierto tufillo saliendo de mi culo y el palomino pegándose a la silla de madera.
Allí que fui. La profe me dio las baquetas y empecé a tocar.
Pum chim pum chim pum chim pum chim.
Miré a la profesora. Seguí tocando mirando a la profesora, sin mirar los tambores. La estaba mirando, se reía y asentía con la cabeza.
–Vale, ya está. Ya tenemos percusionista.
No había cogido unas baquetas en mi vida, Hulio, y ahora iba a ser Manolo el del Bombo. Cosas de la vida. Iba a ser el héroe del colegio. El del tambor.
A la mierda la matrícula de primero de la ESO, yo me apuntaría al conservatorio.
Qué cojones, me haría una banda de música con mis colegas y yo reventaría la batería.
Pappapapapapapapapappaappaa. Luego me contraría Dani Martín para El Canto del Loco.
Sisisisisisisisiisis. Se veía venir.
Una semana antes del festival, me llamó la profesora de música para ir a su despacho.
Al parecer, una madre de un niño de 5º de primaria (¡5º de primaria me cago en la puta!) le había dicho que a su hijo le hacía mucha ilusión tocar el bombo y el tambor en esa fiesta.
¿Un mañaco de 5º de primaria me iba a destronar? Él podía tocar al año siguiente y para mí era el último año en el colegio.
¡No iba a poder tocar nunca jamás en el patio! Me iría al instituto, a hacerme el gracioso en clase, a meter goles por la escuadra en el descuento del recreo y me quitaría la camiseta para celebrarlo, llegaría sudando como un cerdo a clase y me pondrían amonestaciones por hablar con las chicas.
¡Hablar con las chicas, señora! ¡Tendré que casarme algún día!
Luego estudiaría derecho, un máster y acabaría abriendo un bar. ¡Qué mierda es eso!
Yo quiero tocar el tambor, profe. Quiero tocar en el Nuevo Bernábeu. Lleno. Que se va a retirar Toni Kroos y tengo que devolverle el ánimo a esa gente.
La profe me miró con cara de pena, le adjudicó el tambor a ese trozo de mierda de 5º de primaria cuya madre sobornó al jefe de estudios y yo me puse a llorar en brazos de mi madre.
Me habían jodido la existencia.
El día del festival, no fui a tocar Paquito El Chocolatero con la flauta. Que la tocara su puta madre. Y que se metieran todos las flautas por el culo.
Días atrás, ya en 2024, un señor me iba a alquilar un local con licencia de pub por cuatro perras. Lo veía en sus ojos. Ese señor quería.
Yo hacer fiestones, llenarlo, ganar dinero, evitar que la gente cogiera el coche borracha para irse a Denia o a Benidorm, que algún día vamos a tener un disgusto, ganar dinero, convertirlo en el garito de moda, ganar dinero, con los beneficios abriría una discoteca más grande o pillaría un traspaso de otra más grande, y ganar dinero.
Ese señor también lo veía. Sí, sí, sí. Lo tenía claro. Lo habló con su mujer, que no me conoce, ni me vio la cara, ni me ha visto tocar el tambor, me pidió 9.000€ por adelantado por 6 meses de alquiler y le dije que se metiera la flauta y el tambor por el culo. Y el pub, por si luego le quedaba hueco.
Estas dos historias trágicas de mi vida han hecho que quiera dedicarme a hacer cosas que sólo dependan de mí, donde nadie decida si toco el tambor, las maracas, la mesa de mezclas o la coctelera.
Una de esas cosas es escribir. Escribo cuanto me apetece, cuando me apetece, sobre lo que me apetece y sólo tú decides si sigues leyendo o si te das de baja. Es mi negocio, o mi casa, y así debe ser.
Yo no echo a nadie y puede entrar quien quiera. Es la libertad absoluta para ti y para mí.
A veces te motivo, otras te hago llorar o reír y otras le doy vergüenza ajena a mi tía, como en el último email.
Si has llegado hasta aquí, la historia, como mínimo, te ha enganchado.
Y lo mismo, lo mismito, eso justo, lo puedo hacer para los negocios de otros.
Si tienes un negocio y una base de datos, leads o suscriptores y no sabes qué hacer con ellos, me contestas a este email y, a lo mejor, si me siento libre, podremos colaborar.
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Con responder a este email, sobra.
Siempre enganchas. Vales mucho. 😘