Amargo pasatiempo
Mi móvil ha muerto.
Lleva 6 años dándome risas y robándome tiempo.
Ya ni carga ni quiere cargar.
Expulsa la clavija del cable nada más metérselo, algo así como lo que le hizo su amiga a Dani Alves en la discoteca.
«Por aquí no, chaval».
Lo bueno es que a mí no me van a caer 15 años en Can Brians.
Pero ser preso de un móvil es peor. O parecido.
En la cárcel no lo tienes y te vuelves creativo.
Puedes hacerte un túnel con una cuchara como en Cadena Perpetua o redactarle las solicitudes de libertad condicional a tus colegas de celda como Mario Conde.
No sé, haces cosas productivas. O cosas y ya está.
Así que, ya que le he quitado a mi hermana el móvil viejo que tenía abandonado en un cajón, he optado por no descargar ni Twitter ni Instagram.
A ver qué cojones hago ahora con tanto tiempo libre y tanta salud mental. Si necesitas de eso, te paso un poco.
Esto es corto y menos profundo que la piscina de Echenique, pero es que a veces escribo como un encocao y otras como un iletrado.
Al camello no le quedaba de lo mío.
Están el kilo de carne de vacuno y el LSD que no hay quien se haga unos macarrones boloñesa ni un tirito a gusto, oye.