Mientras grababa el último episodio de mi podcast sobre hostelería con un fenómeno del marketing mundial, me empecé a rayar con algo.
Miraba la pantalla izquierda, donde estaba mi invitado, que tiene unos 30 y largos, y la comparaba con mi jepeto en la pantalla derecha, que tengo un 20 y pocos.
Parecía yo más viejo que él.
No sé si por el pelo, por la cara, por el atuendo o porque la pantalla te hace más gordo (o eso dicen las celebrities), pero yo me veo no ya viejo, sino desgastado.
Quizá es porque llevo uno meses que no me da el sol y no soy el chulo playa que he sido siempre.
O quizá es porque, este último año y medio, en lo que me he metido me ha provocado más migrañas que en los 24 años anteriores.
También puede ser que en este tiempo, de todas las hostias que me he dado, de las cicatrices que tengo en la cara y de las heridas que, antes de que se me cierren del todo, se me vuelven a abrir, me he metido unos 20 años de experiencia en el cuerpo, y eso sí o sí se refleja en el careto.
Igual es que estoy exagerando y me tengo que cortar el pelo o raparme, que me apetece despertarme y no tener que usar secador ni mierdas para salir a la calle. Total, luego para freír cosas y poner cañas me pongo una gorra hacia atrás, como Ash Ketchum, el de Pueblo Paleta.
¿Añoras la mili? Tranquilo. Móntate una empresa en España e igual lo de irte a Ceuta a disparar un subfusil sin ver a tu familia durante 6 meses no te parece tan mal. Te vas con 20 años y vuelves con 21. Una empresa la empiezas con 25 y en menos de un año tienes 67, y si te da por ir en traje pues 89.
Deslizas viendo storie tras storie, la gente se va a Sudáfrica, a Thailandia o a la mierda y te paras a pensar en si currar 18 horas al día, al final del todo, te renta.
Si te renta construir nada con 26 años en vez de dedicarte a viajar, emborracharte, jugar a Fornite con los chavales o fundirte el sueldo en fotitos de Instagram en restaurantes aesthetic la primera semana del mes.
Eso dicen del emprendimiento: que no tienes ni puta de idea de si lo que haces tiene sentido hasta que lo tiene.
Quizá es que no me corresponde hacer lo que estoy haciendo. Que es muy pronto. Que tendría que estar explotado en alguna empresa del Silicon Valley pero “aprendiendo”. Como si un año en Irlanda despertándome a las 5 de la mañana, duchándome con agua fría antes de que existiera Llados y yendo a trabajar en una bici de 50€ con los frenos rotos y lloviendo no fuera suficiente.
Me cuentas hace 5 años que iba a hacer todo eso y te pego un puñetazo, te escupo y me río en tu cara.
La vida pierde todo su sentido si sólo te dedicas a disfrutarla.
Aún así, a mí me parece que voy muy tarde, que ojalá haber empezado con 18 años a tocar puertas y a preguntarle a los vecinos si quieren que les limpie el coche por 10€.
10 coches al día = 3.000€ al mes.
La vida se me pasa como una película y, aunque ya no puedo dar más abasto, siento que hago pocas cosas.
Tengo entradas. Me la pela.
Se me cae el pelo. Cómo coño no se me va a caer. Me la pela.
Soy un ectomorfo de mierda y para superar los 70kg no puedo hacer ayuno y tengo que tener ganas de vomitar todo el día. Me la pela.
Me muerdo las uñas como un mongolo. Si no, yo creo que ya estaría en un club de cannabis. Me la pela.
No me gustaría morirme. Ni mañana ni en 124 años. Tengo mucho por hacer. Lástima que me vaya a dejar la mayoría de cosas de mi To-Do List sin tachar. Supongo que tengo que elegir, y en esas elecciones mis nietos dirán si fui inteligente o un subnormal.
Que, también te digo, no sé si llegaré a verlos, pues ahora mismo tengo 49 años, no tengo hijos y se me está pasando el arroz.
Por suerte siempre me quedará enseñar el DNI.
PD: El 1 de mayo, Día del Trabajador, te presentaré mi primer producto de pago. Por fin. Año y medio haciendo el gilipollas. Llama al banco, cierra las cuentas y cancela las tarjetas. Pasaré por delante de ellas como quien pasa el cepillo de la iglesia y te dará hasta vergüenza no echarme un billete de los morados. ¿Morado? Yes, porque no será barato.